¡Pelele!, gritaban, pero aquel Pelele no le hacía caso a nadie. Se había sumergido en algo, en una sustancia acuosa que hace fallar el corazón. Pelele fue encogiéndose de hombros. Fue doblando sus rodillas. Metiendo su cabeza cada vez más adentro. Todos pensaban: ¡Morirá! Morirá de agachar tanto la cabeza, del silencio acumulado, de la cabeza voraz, de pegar los hombros con furia, de retractarse, de morderse la lengua, de decir, de borrar, de rehacer, de rehacerse. El hombre que es un pelele, que se piensa simple, inútil, que cree que nadie va a recordar su cara ¡salta! ¡salta tan alto! ¡tan alto! Que es como si estuviese cayendo. Y cuando cae, cae sobre las mentes distraídas, agita cabezas, revuelve los pechos de los individuos y de las masas. Si alguien se encoge de hombros, aparece. Si alguien se distrae de si mismo, aparece. Aparece cada vez que un hombre salta y vuela tan alto, que los demás solo lo ven caer. ¡Qué vergüenza!
«¿Escribimos esta escena para que otrxs, es decir, lxs interpretes buscaran un espejo y trabajaran en verse a diario, mientras nosotrxs observábamos lo que sucedía con ellxs? Puede ser. ¿Nos da el espejo una respuesta de quiénes somos? ¿O es solo un termómetro que mide cuanto nos ha caído encima lo que no nos pertenece? ¿Ustedes que opinan? Nos mira el mundo. Nos hace avergonzarnos. Nos sitúa en un cuerpo. En un continente. En un espacio al que no podemos revelarnos. Estamos sumergidos en un cuerpo que escondemos cada vez que sentimos vergüenza, con nuestra voz que también se silencia cuando sentimos vergüenza- Y nuestra cabeza avergonzada corre y corre y corre deseosa de saber sobre ¿cómo seríamos si nada nos contuviese?»
«No me miraba al espejo hacía días. No tenía ganas de mirarme. Casi me quedo sin cara ¿sabes? Y ahora, enfrentarme a mi cara sin saber que esperar me daba miedo y rabia. Me he visto en las fotos de bebe y de niño y es raro porque ese tampoco soy yo. ¿Sabes? Por eso soy parte de todo esto, porque ¿Cuál de todos soy yo? En fin, hoy voy a buscar el espejo».
«Si no existieran los espejos no tendría esta extraña certeza, que tengo algunos días, de saber quién soy. Pero esa certeza es en realidad una estupidez. Si me quedo mirando mucho rato, todo eso se comienza a desvanecer».