Enrique Polanco (Lima, 1953) es un artista peruano que goza de gran reconocimiento. Desde temprano, su pintura decantó hacia la representación de distintos escenarios en exteriores e interiores: vistas urbanas, pasajes, personajes y situaciones, entre otros. Todo ello a través de una búsqueda subjetiva del color y de la forma visual necesaria para otorgarle identidad de lo encontrado. A través de su vínculo con la vanguardia local, a inicios de la década de 1980, la imagen de lo «popular» en su pintura muy pronto quedó asociada a un puñado de experiencias del migrante andino en Lima, la ciudad de los wiracochas, como diría el amauta José María Arguedas. Esto lo convirtió en heredero de una importante tradición que apela al oficio experto de la mano del artista —del que Polanco es un notable representante— y a su gusto expresivo, cuando no expresionista. Contrario a lo que se pudiera pensar, ello lo alentó a buscar, incluso en fotografías y en todo tipo de imágenes previamente existentes, insumos a veces inesperados de su trabajo. Las figuras asumen, entonces, escalas y puntos de vista diferentes de acuerdo con una mirada, la del artista, cuya distancia con lo observado se convierte en parte del reto asumido por él antes de dar por terminada una pintura.