Un siglo después, y habiendo corrido tanta agua bajo el río, sigue siendo perturbador que una persona elija amar libremente, cualquiera que sea el objeto de su amor. Sigue siendo cuestionable pretender no encajar en los patrones más conservadores y socialmente aceptados. Sigue siendo un crimen no abordar profesionalmente la salud mental de un familiar, ya sea porque escapa de sus emociones, como Hipólito, o porque se inunda en ellas, como Fedra.